EL EXORCISTA
El exorcista era laico. Tenía una huerta cercana a los Huertos de Ocio de Don Ponce, en Capiscol de Burgos. Allí hacía conjuros contra las plagas malignas que estropeaban sus cosechas de verduras y hortalizas.
Él era exorable; fácil de dejarse vencer por ruegos.
Cierto día, se acercó una familia con sus dos hijos rogando hablar con él, pues les habían dicho que tenía poderes en el mundo de la materia y en el del espíritu.
Se le presentaron y hablaron largo y tendido sobre la peste que ellos pensaban que tenían en su casa cercana a la Iglesia de San Pedro de la Fuente. Que a ellos les llamaban “los Cabestros “por culpa del padre del marido que era muy tozudo. Que sus catarros y gripes, así como la materia expectorada, se pasaban del término regular. Y que las medicinas no les hacían nada; tosiendo y expectorando toda la familia de manera descomunal. Que, por eso, le pedían y solicitaban con empeño que viniera a exorcizar su casa, dada la buena propaganda que tenía de haberlo hecho con éxito en otras ocasiones, sobre todo cuando la Covid 19; sobre todo con las personas mayores de los hueertos de Don Ponce.
El exorcista aceptó, prometiendo conjurar contra el espíritu maligno del catarro, los mocos y la tos.
El día concertado llegó. Con exorbitancia comenzó a conjurar contra el espíritu maligno del proceso catarral para que abandone a las personas y el piso dando principio a algo como una oración oculta o exótica, tocándoles el cuerpo, a los padres y los hijos, con un fémur en forma de pene, cogido en el osario de la Ermita de San Amaro, en sentido contrario a las agujas del reloj.
Afable, franco y comunicativo, con un golpecito con el fémur en sus cabezas, el Exorcista les dijo:
-Con franqueza os digo que pronto sentiréis la dilatación de vuestros pulmones. La tos, los mocos y los esputos depositados en las vías respiratorias os abandonaran con carácter definitivo. Bebed mucha agua, y un poco de buen vino. También, los niños.
La familia “los Cabestros” en situación expectante, le despidieron con la esperanza de conseguir su cura.
Como el Exorcista quedó a la espera de recibir un dinero, porque él les había dicho que sólo cobra la voluntad, estos le dieron unos ahorrillos que tenían guardados para el cepillo de la Ermita.
Los niños, asomados al balcón, vieron que el Exorcista, al salir del portal de la casa, se acercó a un árbol y junto a él arrojó de una vez un esputo sin escucharle toser.
Momento en que pasaba a su lado un joven viandante que le dijo:
-Échele trigo, a ver si canta. Porque a los esputos llaman gallos por estas tierras.